DE LA SOUL
'Lecciones para transformar un teatro en una pista de baile'
Levantar a un teatro y hacer que aplauda enfervorizado es algo complicado. Pero lograrlo en los primeros minutos de actuación y no sentar a los asistentes hasta una hora después, sin dejar de hacerlos bailar no sólo se plantea como un reto para el artista, sino que para el resto se escapa de la lógica natural del espectáculo. Sobre todo si estamos hablando de tres raperos con una austera puesta en escena y un escenario tan peculiar para este evento como el Teatro Cervantes. Porque palcos puestos en pie con las manos en alto y una aglomeración de espectadores a pie de escenario dejando las butacas vacías son cosas que no se ven todos los días.
De La Soul es el nombre del trío que transformó el teatro en una improvisada pista de baile este jueves. Neoyorkinos y con dieciocho años de carrera a sus espaldas, Kelvin, David y Vincent demostraron ya desde el arranque con ‘Bobby’ que venían a darlo todo. No tardaron en ganarse al público. En los primeros minutos bajaron del escenario, pidieron que les hiciesen los coros en cada tema e incluso se les cedió el micrófono a los palcos más cercanos entre choques de manos.
A esto debemos sumarle un repertorio colorido, fresco, con scratchings acertados en la mesa de mezclas del DJ y freestyles por turnos donde se pasaba del raggae al rock sin vergüenza y con descaro, como sucedió en temas como ‘All good?’, ‘Come on down’ y ‘Shopping bags’. Como era de esperar, tampoco faltó su psicodélico hit ‘Me, myself and I’ donde De La Soul improvisó un abecedario. No paraban de preguntarnos a gritos si realmente estábamos de fiesta. Para no estarlo...
Nos hicieron gritar, botar, bailar y disfrutar con una interpretación divertidísima en la que los maestros de ceremonias se atrevieron hasta con el baile del robot entre samples de funk, soul y R&B. El buen ambiente que se respiraba en el escenario era contagioso y parecía no tener fin, por eso nos pillaron de sorpresa unos bises acelerados protagonizados por el tema ‘Ring, ring, ring’.
Tras la incertidumbre de un regreso que no se produjo, entre continuos pataleos, gritos y silbidos, nos decidimos a abandonar el teatro. La fiesta estaba dentro y ellos cerraban el bareto casi sin previo aviso. Nos habían cortado el rollo. Por eso no extraña que a la salida las caras se debatiesen entre la satisfacción del espectáculo y la frustración de la brevedad. Aunque los pies no dudaron en salir por libre y seguir bailando al ritmo impuesto por los neoyorkinos un poco más.
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